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La Firma (63): El dolor del coronavirus tiene miles de nombres en Leganés

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Por @juanma_alamo

El director de LEGANEWS escribe sobre la experiencia vivida en las últimas semanas relativa a los funerales, tanto individuales como colectivos que se han llevado a cabo en la ciudad. Las víctimas del coronavirus no son solo víctimas. Son personas, con nombres y apellidos, con historias, con familias, que han perdido la vida en una batalla cruel. Su memoria debe ser respetada siempre por todos como se merecen, incluso por aquellos que parecen no saber lo que significa la palabra contagio.

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Durante meses hemos escuchado, y seguimos escuchado, a diario (salvo en los virajes en el modo de ofrecer los datos del gobierno de España) ‘los fallecidos en el día de hoy en España como consecuencia del COVID19 son…”. Se hace difícil creer que haya habido una sola persona con un mínimo de alma y corazón, ajena a los fallecidos, a la que no le haya ido sobrecogiendo las emociones día tras día.

En la Guerra Civil española (1936-1939), las cifras aseguran que fallecieron en España cerca de 300.000 personas (algunas fuentes estiman la cifra en casi medio millón). Durante la mal llamada gripe española del 1918 a 1920 se habla de casi 200.000 fallecidos en nuestro país.

Durante la última semana de marzo y la primera de abril, el número de fallecidos como consecuencia de la pandemia del COVID19 en España era cercano a las 1.000 personas diarias. El dato superaba a los fallecidos diarios en la Guerra Civil.

No han sido una cifra, no pueden ser una cifra. Deben ser recordados como se merecen porque son víctimas de una batalla para la que la sociedad madrileña no estaba preparada

Las circunstancias personales e informativas del que esto escribe han hecho que en las últimas semanas haya tenido que acudir a diferentes funerales de fallecidos en Leganés por coronavirus. Alguno personal y otro colectivo, el oficiado en Zarzaquemada por el Obispo de la Diócesis.

Las emociones

Antes de vivir las emociones que viví no tenía la más mínima duda de que el dolor que está provocando esta pandemia en la ciudad más castigada, la nuestra, tenía nombres y apellidos. No han sido una cifra. No pueden ser una cifra. Deben ser recordados como se merecen porque son víctimas de una batalla cruel para la que la sociedad madrileña no estaba preparada.

Después de mirar con distancia y respeto a los familiares de los fallecidos a través del objetivo de una cámara de fotos y tener que guardarlo ante tanto dolor, uno salió con la sensación de que los familiares necesitan, más que nunca el cariño de todos. Sus muertos no son una lista, aunque al leerla uno a uno – como hizo el Obispo- uno enmudezca ante el dolor. Los fallecidos tenían un nombre, unos apellidos, una vida, una familia, una historia, unas emociones compartidas con los suyos que merecen el mayor de nuestros respetos.

Los fallecidos tenían un nombre, unos apellidos, una vida, una familia, una historia, unas emociones compartidas con los suyos que merecen el mayor de nuestros respetos

Da igual que estuviesen dentro o fuera del umbral de la población de riesgo. ¿Acaso la vida de Laureano Fernández, menor de 60 años, valía menos o más que la de Antonio Castro, mayor de 80? Son solo dos ejemplos, dos vecinos de nuestra ciudad que seguramente no se han conocido viviendo a poco más de 800 metros uno del otro. Los dos han perdido la vida en esta puñetera pandemia.

Los dos han sido llorados y serán recordados. Los dos forman parte de una lista larguísima de la que todavía desconocemos cuándo será el momento de cerrarla. Lo que sí sabemos es la manera que nos han explicado de prevenir el contagio y la difusión del puñetero virus.

Es posible que todos los que viven despreocupados por la palabra contagio no hayan conocido a ningún Laureano o ningún Antonio. El que escribe esto conocía al segundo y a la hija del primero. DEP.

PD: Este texto está escrito antes de conocerse la celebración de una macrofiesta en La Cubierta el día 26 de julio.

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