CULTURA

Firma invitada: ‘Año cero’ por Guillermo Conde

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Guillermo Conde (Valladolid, 1986) es escritor y músico. Lleva viviendo en Leganés desde el año 1998. Escribe cuentos y artículos para medios como el diario digital “A la contra”, y también publica textos en sus redes sociales y en su blog: virajes.home.blog. Ama San Nicasio y el Parque Polvoranca, con Zarzaquemada tiene una relación de amor-odio, y está redescubriendo Leganés Norte gracias a sus avenidas tan anchas. Con este texto empieza una colaboración con LEGANEWS que deseamos se placentera. 

“Reseteo”. O “Nuevo comienzo”. O “Primer día del resto de tu vida”. O quizá Año cero (¿este es algo mejor?). Qué más da cómo llamarlo: es casi mediodía en Leganés, ciudad de enfermedad y dolor, y Pilar tiende la ropa con la misma energía de siempre, intentando ignorar todo esto. Sabe que en verano, si la ropa no se seca al aire, coge un olor a pies que luego es difícil de quitar. Pinza por pinza va cubriendo las cuerdas de tender con sábanas y alguna camisa de manga corta de Jesús, su marido.

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Las prendas están tendidas en plena calle (¡menos la ropa interior!), presa fácil para ladrones, pero es que Pilar vive en el bajo y no tiene sitio (ni aire) suficiente para tender dentro de casa. Con cualquiera que pasa a su lado aprovecha para intercambiar unas palabras; tiene la voz poderosa a pesar de sus más de ochenta años, y si se queda sola y aún no ha terminado con la ropa, se pone en jarras, echa la mirada hacia arriba, y descansa un rato mientras observa las plantas del balcón de su vecina Isabel: están más bonitas y verdes que nunca. Isabel se pasa las mañanas sentada en la terraza, con una pierna en alto (por un rodilla mal curada), disfrutando mucho de sus plantas y un poco menos de lo que hay más allá, que es una hilera de plátanos (este año, excepcionalmente, con los ramajes desbordados y llenos de urracas y algún estornino), una fuente apagada y la terraza del kebab, que ahora mismo acaba de abrir.

El edificio es de los que hacen esquina, y su orientación suroeste es favorable para unas mañanas y mediodías bien frescos, incluso en pleno verano. Todos aquí saben que Isabel no faltó nunca a su aplauso diario cuando tocaba, al igual que la pareja (Raquel, David) del piso de arriba. David no ha dejado de desplazarse a trabajar ni un solo día; algunas veces parecía un ninja (la mascarilla ayuda mucho) cuando doblaba la esquina del banco, a eso de las 20:30, dirección a su casa después de otro día de trabajo más. A Raquel eso del teletrabajo le ha regalado algo de tiempo para, por fin, poder sentarse a leer a ratitos. Carmen, o Monchi, como la suelen llamar, lleva pocos días bajando a la compra, y siempre lo hace acompañada de su hija o su hermana, que vive justo enfrente.

En un mundo en el que hasta la catedral de Valladolid tiene un ascensor, da tristeza que ambas hermanas, octogenarias igual que Pilar, tengan que subir a pie, y tan cargadas, esos tres pisos que suman 49 escalones que parecen multiplicarse conforme va una ascendiendo más y más. La familia del cuarto no tiene ese problema: los hijos pequeños, todos de piel muy oscura y brillante y el pelo rizado como un plato de spaguettis, surcan las escaleras varias veces al día armados con balones de fútbol, combas, o helados que dejan en los peldaños un rastro de gotas pegajosas. ¡Qué jóvenes! Bajan las escaleras de tres en tres, casi sin rozarlas. El resto de habitantes de este edificio, situado en el corazón de una ciudad que en los últimos meses ha sufrido un infierno, se deja ver algo menos.

El barrio de San Nicasio lleva unas cuentas semanas viviendo en un tiempo imaginario llamado Año cero. Algo parecido, más allá de esta burbuja de vida nueva y enrarecida, debe estar sucediendo en el resto del mundo. Se echa mano de términos así cuando algo importante (suele ser grave) se quiere dar por zanjado y, casi sin descanso, sin reposar lo acontecido, sin poder llorar apenas, se celebra una especie de nochevieja, forzosamente alegre y optimista, que da paso al cacareado Año cero; entonces ya es el momento de ponerse en marcha.

Por ejemplo, en Berlín en el 45 hubo un Año cero; también se vivió uno en Nueva York en 2001; y cómo olvidar ese “Madrid, año cero” que comenzó un 12 de marzo de 2004, con cientos de cadáveres todavía humeando a ambos lados de las vías de tren. Parece inevitable: la memoria colectiva se resetea sola (por necesidad de supervivencia), y como el sol nunca deja de salir, la esperanza tampoco deja de estimular cada músculo humano que mantenga un pequeño sorbo de vida.

Para esto debió inventarse el Año cero, para intentar conjugar la esperanza con algo tan propio de los españoles como es el “tira p’alante y ya veremos”. Digo que se inventó porque, desde el punto de vista histórico, el año 0 nunca existió. Lo “robó” un monje de origen sirio que vivía en Roma en el siglo VI. Le llamaban Dionisio “el Exiguo”, por lo bajito que era, y tras muchos años de investigación (además de religioso era matemático), estableció que Jesucristo había nacido 754 años después de la fundación de Roma.

Fue el propio Dionisio el que propuso que a dicho año, que había alumbrado algo tan importante como el nacimiento del Mesías, se le comenzase a nombrar como 1 anno Domini, es decir, año 1 de Nuestro Señor. El problema llegó cuando unos siglos después (en el XVII), a los historiadores les dio por contar los años anteriores al nacimiento de Cristo con números negativos, pero saltándose el “0”. Esto, más allá de que los matemáticos, con razón, lo consideren un atentado contra el álgebra elemental, ayudó a la aparición del Año cero, un tiempo (pero también lugar) abstracto que en los siglos venideros, nunca faltos de tragedias, guerras, reinicios, y algún que otro apocalipsis, no se ha dejado de emplear por su utilidad simbólica. Camelot, País de las maravillas, Oz. Año cero.

Cada mañana del 1 de enero, por mucha resaca o malestar general que se sufra, los propósitos que en la cena de nochevieja se pusieron en común con familiares y amigos, entre gambas y josésmotas, milagrosamente se siguen manteniendo. Y eso que la noche anterior fue movida. Pero el 2 de enero estos propósitos ya se habrán reducido a la mitad, siendo optimistas. Y para el día de reyes, si se cumple uno de ellos a lo largo del año, se puede considerar un éxito.

La parte buena es que este 1 de enero del Año cero en el que San Nicasio, Leganés, España, Tierra, se ha instalado como una marmota va a durar meses, o incluso años. Y no todo va a ser colorido como en Narnia, sino que convivirán los brillos de la recuperación con las nubes que traerán noticias como la celebración del funeral en Zarzaquemada por la memoria de casi ochenta vecinas y vecinos de Leganés, fallecidos por COVID.

Será el Año Cero un inmenso jardín en el que las terrazas casi llenas tengan que regarse con los datos (todavía) poco halagüeños de la evolución del virus en la ciudad. Deberá ser un “tirar para adelante y ver lo que pasa”, pero también un “tirar para adelante y recordar lo que ha pasado”. Lo más importante es no amanecer el 2 de enero del Año cero sin haber cumplido, por una vez en nuestras vidas, los propósitos de año nuevo.

Empieza a apretar el calor, pero Pilar, menos mal, ya ha terminado de tender. Le pega una voz a su Jesús para que le abra el portal; se ha dejado las llaves en casa. Cualquier que pase cerca, aunque no tenga ganas de hablar con ella, al menos que pruebe a leer, por curiosidad, lo que dicen sus ojos, su expresión, y su cabeza más erguida de lo normal: no le resultará difícil descifrar que Pilar, como todas nuestras personas mayores, ya ha pasado por esto antes.

Lo hizo en el 39 (muy pequeñita), y en el 75, y en el ya mencionado, tan reciente, 2004. Y si otro paseante ocasional la ve dirigiéndose hacia el portal, sujentando el barreño casi vacío (solo con las pinzas que han sobrado), y se fija en su sonrisa caída y asimétrica, puede que observe una miguita de alegría en ella, debido a que va a poder vivir este nuevo Año cero junto con Jesús y su familia, pero sobre todo sentirá, como si fuese suya, la inmensa tristeza de una sonrisa que recuerda a tantísimos vecinos y vecinas que no van a poder vivirlo.

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