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El Alavés expuso mayor tensión competitiva ante un equipo local cuyo entusiasmo le proporcionó la igualada con un golazo de in extremis de Timor
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El goleador y Alberto Martín, que no seguirá en el club, grandes protagonistas de una noche inolvidable
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Una afición entregada premió a los suyos con el consabido cántico “el Lega es de Primera” incluso antes de la igualada.
CRÓNICA: EDU FERNÁNDEZ // FOTOS: JESÚS TROYANO
Un disparo imponente de Timor desde casi 30 metros cuando el partido agonizaba y el Alavés se veía hasta justo ganador, añadió la dulce guinda a una temporada que empezó y acabo con alegría, pero que transcurrió de manera tortuosa, con dificultades y contingencias inesperadas que incluso se escapaban al control del hombre que inyectó en vena la tranquilidad en club y afición aún en los momentos más tempestuosos: Asier Garitano, su entrenador.
Su equipo, el nuestro, no dejó de hacer ni el último día lo que para el de Bergara es innegociable: competir. Sin hacer un buen partido, sin controlarlo, a base de ataques sin continuidad, pero sin atisbo de rendición.
El Alavés fue mejor, sobre todo en la primera parte. Una defensa de tres les procuró superioridad en la medular sin que el Lega pudiese robar la pelota y aprovechar la presunta desprotección de la zaga alavesita. De hecho se jugó más en campo pepinero que en territorio vitoriano.
La tónica general no amilanó al Leganés que lo intentaba pero sin la convicción necesaria para pertubar la calma del Alavés. En esa tesitura terminó el primer acto con ocasiones forzadas de los locales y hasta un gol anulado al visitante Santos.
Empate de coraje
En la segunda mitad el Alavés perdió buena parte del control del choque, pero eso no supuso que el Lega se apropiase del balón ni que se jugará a lo que le gusta. La emoción la ponía el paso de los minutos y la incertidumbre del resultado. Fogonazos en forma de ocasiones de ambos contendientes auguraban un final incierto con las apuestas inclinadas. Hasta que llegó el gol de Kristisic que daba a su equipo una victoria a los puntos que no admitía ninguna acalorada discusión.
Empero, no se resigno el equipo local a terminar el partido en alto, así que propuso un menor control defensivo (le pudo costar la sentencia a pies de Camarasa con paradón de Champagne) para atacar con más gente. Sin locuras pero con intención. Así llegó una ocasión inmejorable de Alberto Bueno con respuesta excepcional del cancerbero Pacheco.
Fue en preludió del empate. Del golazo de Timor. Del éxtasis. De la fiesta que merecía un club que ha sufrido lo indecible, que se ha caído y levantado siempre, que “ha jugado con mucha fe”. Quizás el partido sea la metáfora de un temporada para frotarse los ojos: sufrir, pelear, sobreponerse para acabar con la sonrisa de un pueblo tras un año que permanecerá en la memoria colectiva de una ciudad; de nuestra ciudad.
